Un resultado inesperado en las urnas inaugura un escenario propicio para la profundización del modelo. El avejentado kirchnerismo y la búsqueda de consensos con los gobernadores.
De repente, el gobierno libertario encontró un escenario inmejorable. Ni las mediciones de los más optimistas entre sus propios asesores preveían un resultado semejante. El objetivo de “pintar todo el mapa de violeta” que el propio Milei había profetizado en mayo, se diluía entre derrotas legislativas y escándalos de corrupción. Los manuales clásicos auguraban la debacle y el propio gobierno, discutía los nombres de un relanzamiento del gabinete que devolviera la iniciativa política a un gobierno “casi terminado”. Nada de ello ocurrió. La Libertad Avanza ganó catorce de los veinticuatro distritos subnacionales, incluida la icónica provincia de Buenos Aires, y sumó legisladores suficientes para entusiasmarse con la construcción de mayorías propias en el congreso nacional.
El contraste de la escena lo aporta la desorientación del peronismo-k. Un espacio político que daba por finalizado el ciclo liberal en Argentina y se limitaba a organizar, entre internismos y cálculos electorales, el retorno de la centro-izquierda al poder. Las urnas propinaron un golpe de timón ante las especulaciones y el último partido de masas que quedaba en la política nacional entró en su fase de descomposición. Con un sinnúmero de improvisaciones sobre lo ocurrido, la dirigencia kirchnerista ensaya explicaciones heterodoxas para esquivar su propia responsabilidad. Sin un modelo alternativo, discursos renovados y con los mismos de siempre, la reconstrucción de cara al 2027 será poco menos que imposible. El veinte por ciento de los habilitados para votar no conocieron a Néstor Kirchner. Uno de los tantos datos que sugieren abandonar el apego a las nostalgias. Alguien deberá explicarle a la vieja guardia, incluida Cristina Fernández de Kirchner, que sus interpretaciones de la realidad alcanzaron la obsolescencia.
Así las cosas, el gobierno nacional transformó su mentado cambio estructural de gabinete en sutiles retoques de nombres propios. La asunción de Manuel Adorni en la jefatura de gabinete, los reemplazos del ministro de defensa Luis Petri y la ministra de seguridad, Patricia Bullrich, junto a la salida del ministro de justicias Cúneo Libarona, formalizarán cambios de nombres propios que poco tendrán que ver con la modificación del rumbo. Agilizarán o no la gestión, suavizarán o no las diferencias con el macrismo, aportarán o no a la construcción de mayorías parlamentarias… politiquería. Las bases del modelo lucen intactas. Aunque sombreadas por importantes vencimientos de intereses y pasivos durante 2026, las fuerzas del cielo contemplan el despegue de las acciones nacionales, la estabilidad cambiaria y el derrumbe del riesgo país. Se trata de una nueva oportunidad para el único proyecto con status de ideología que se mantiene erguido en Argentina.
El capítulo más importante de la nueva etapa lo aporta la relación con los gobernadores. En un encuentro con veinte mandatarios subnacionales, de cuya convocatoria fueron excluidos los cuatro kirchneristas puros, Milei exhibió una templanza inédita para su carácter. Su esfuerzo conductual no es ingenuo por tres motivos: el gobierno necesitará el respaldo de los mandatarios provinciales para construir mayorías legislativas, intenta demostrar la vocación de consenso político exigido por la Casa Blanca, y encuentra una posibilidad inmejorable para jubilar al peronismo “intransigente”.
Los términos de la relación con los gobernadores invitados redundan en buenas intenciones recíprocas que encontrarán su primer test en el tratamiento de las reformas de segunda generación. Reforma laboral, reforma tributaria y un nuevo régimen previsional. Una tríada de iniciativas que los libertarios conciben fundamentales para que la espontaneidad de los mercados se transforme en progreso y crecimiento. El primer capítulo se dará, probablemente durante el mes de enero, en las sesiones extraordinarias que Javier Milei pretende solicitar al poder legislativo. Dinamizar el mercado laboral, reducir costos y desburocratizar las relaciones entre capital y trabajo es la máxima con la cual el liberalismo, fiel a su tradición, pretende “generar las condiciones” del despegue argentino.
Será el primer capítulo de una agenda revitalizada. El segundo intento desde el retorno a la democracia por consolidar las bases liberales en la república argentina. Es el tránsito desde la lógica amigo – enemigo que caracterizó a la grieta nacional, hacia una trama de negociaciones recíprocas entre el gobierno central y los mandatarios provinciales. Por lo menos, parece ser el intento.







