Argentina cuenta con un único vaso de cerveza de origen propio, el liso. Creado en la provincia de Santa Fe, este recipiente se convirtió en un emblema de la tradición cervecera local y fue declarado patrimonio cultural inmaterial, en reconocimiento a su valor histórico y social.
El liso nació en la ciudad de Santa Fe alrededor de 1930, de la mano de Otto Schneider, inmigrante alsaciano y maestro cervecero de la Cervecería Santa Fe. En un contexto en el que la cerveza tirada se servía mayormente en jarras, Schneider buscó un formato que permitiera apreciar mejor la temperatura, el color y la calidad de la bebida.

Así surgió un vaso liso, sin relieves, con una capacidad de 250 centímetros cúbicos, servido con dos dedos de espuma. La propuesta, pensada para mejorar la experiencia de consumo, se popularizó rápidamente y se transformó en una costumbre que perdura hasta hoy.

La tradición cervecera santafesina se consolidó a fines del siglo XIX, con la apertura de la fábrica de Cerveza San Carlos en 1884, y continuó con la inauguración de la Cervecería Santa Fe en 1912. En ese recorrido, Otto Schneider tuvo un rol central y, en 1931, fundó su propia marca, que aún permanece en el mercado argentino.

Con el paso del tiempo, el liso trascendió las barras locales y se convirtió en una marca registrada de Santa Fe. Su uso se extendió a bares, clubes y choperías, y pasó a formar parte del ADN cultural de la ciudad.
El segundo viernes de diciembre se celebra el Día del Liso Santafesino, una fecha que rinde homenaje a esta tradición con encuentros, brindis y promociones especiales. Más allá de la efeméride, el liso representa una forma de compartir y de habitar la vida cotidiana santafesina.
Hoy, lejos de ser una moda, el liso sigue vigente: en la ciudad de Santa Fe se sirven cerca de 9 millones de lisos por año, una cifra que confirma su lugar como símbolo cultural y cervecero reconocido en todo el país.
Fuente: Medios

