
En apenas un lustro, el maíz se transformó en protagonista del cambio productivo rionegrino. La superficie sembrada en los valles de la provincia pasó de 5.000 a 25.000 hectáreas, impulsada por el riego, la incorporación de tecnología y el desarrollo de híbridos adaptados al clima patagónico.
El cereal, que en otras épocas tenía una presencia marginal, hoy se volvió estratégico para la ganadería: alimenta al ganado bovino y porcino, reduce los costos logísticos y asegura un suministro constante de alimento para los sistemas de engorde y tambos locales.
“Los productores dejaron de depender de la compra de maíz de otras regiones. Esto generó un circuito virtuoso entre agricultura y ganadería, reduciendo costos y fortaleciendo la economía local”, explicó Lucio Reinoso, secretario de Agricultura de Río Negro.
La expansión del cultivo se dio junto con una modernización de la infraestructura de riego, clave para aprovechar el agua en un entorno semiárido. La instalación de pivotes centrales y sistemas presurizados reemplazó antiguos canales, elevando la eficiencia y la estabilidad productiva.

Otro factor determinante fue la innovación genética: el trabajo conjunto entre productores, técnicos y semilleras permitió desarrollar híbridos de ciclos cortos, capaces de adaptarse a las condiciones de frío y a la variabilidad climática de los valles patagónicos.
“Producir maíz en esta región demandó una fuerte inversión en conocimiento y tecnología. Hoy la provincia tiene rendimientos comparables con los de la zona núcleo, gracias al manejo de precisión y a la capacitación continua”, agregó Reinoso.
Según datos oficiales, la superficie bajo riego con pivote creció 65% en la última década, pasando de 5.500 a más de 9.000 hectáreas, con proyectos en marcha para duplicar el área irrigada en sectores como Colonia Josefa, Negro Muerto y Guardia Mitre.
El impacto del maíz también se refleja en la ganadería: hace pocos años, unos 40.000 animales completaban su ciclo de engorde en la provincia; hoy la cifra supera las 190.000 cabezas anuales. El 95% de la producción maicera se destina a la alimentación animal y el resto a la exportación.
La integración entre maíz y ganadería consolidó un nuevo modelo agropecuario en Río Negro, más diversificado, tecnificado y con mayor valor agregado local. Un cambio estructural que redefine el paisaje rural de la Patagonia productiva.